Es un tema que no deja a nadie indiferente: Todos nosotros hemos sido partícipes de él, de forma más o menos consciente o crítica ya es un tema distinto a tratar. En esta entrada de mi blog nos cenrtaremos en el debate eterno: ¿Debemos exigir mucho de nuestros alumnos para aspirar a resultados académicos prometedores, o nos centramos en ofrecer una educación amena e inspiradora para el alumnado que, de forma pasiva, incite al esfuerzo?
Es evidente que la respuesta más natural a esta clase de preguntas es siempre argumentar por una unión de ambos métodos de ensñanza y, aunque pueda parecer tentador elaborar toda una toería de la educación alrededor de esta idea, considero es bastante más responsable analizar mi posición en el espectro planteado por la dualidad estudiada.
Quede claro que aunque todos hayamos leído aquellos artículos y noticias apoyando cada uno de los modelos, dado que este va a ser un texto de opinión personal y no uno de intención académica, me basaré en mis propias experiencias y cosmovisión a la hora de la articulación de mis argumentos.
1) ¿QUÉ ES LA ESCUELA PARA EL ALUMNADO Y LAS FAMILAS?
Este es el punto de partida del que creo que tiene que partir cualquiera para analizar su posición frente al debate planteado, y es que la visión que tenga el alumno de la escuela, ya sea infundada o no, influye en su acercamiento al aprendizaje.
Si ahora compartiese un gráfico mostrando cómo los alumnos comparten un sentimiento de aburrimiento, no creo que muchos se sorprendiesen al leerlos, ya que es una visión bastante generalizada incluso para aquellos alumnos a los que consideramos como los mejores de la clase en base a sus resultados, pero lo que si me parece más interesante analizar es la actitud que el alumno y las familias generan a partir del profesorado.
Dado que mi periodo en la escuela queda ya algo lejos, y para dar a este texto un aspecto más coherente con mis vivencias, utilizaré datos de estudios generados en años cercanos a mi estancia en las escuelas de primaria y secundaria.
Según un estudio del año 2005 patrocinado por el Centro de Innovación Educativa, la visión de los alumnos y de las familias sobre el profesorado es, en general, optimista, con un 83.7% de encuestados manifestando que "su familia valora positivamente a ls profesores". No son malas cifras, pero podemos ver cómo a medida que se avanza en los diferentes cursos de enseñanza obligatoria o no obligatoria este optimismo se va difuminando, bajando hasta un 74,9% en la etapa del bachillerato.
"Bueno, uno podría pensar, no es el resultado deseado pero podríamos estar peor", es una opinión que puedo entender, pero si seguimos indagando en el estudio esta visión positiva se verá fieramente afectada: Otros aspectos analizados son la dificultad de la profesión de profesor (83.3% piensan que es una de gran dificultad) y la satisfacción de la manera que tiene el profesorado de enseñar (64.1% estado satisfechos, llegando a cifras alarmantes de hasta un 49.1% de satisfacción en la etapa del bachillerato).
2) ¿QUÉ SIGNIFICAN ESTOS DATOS?
En el estudio citado se menciona la posible influencia de una visión romantizada por parte de los padres de los alumnos respecto a la educación que ellos mismos recibieron, y las innevitables comparaciones que aparecerían con el modelo educativo de sus hijos, y aunque creo que puede ser uno de los muchos factores que afectan a los resultados del estudio, no creo que sea un factor significativo.
Lo que sí creo es que la visión que tienen los padres sobre la educación de sus hijos está fuertemente relacionada con lo que ellos mismos cuentan en casa, con lo que los resultados del estudio serían, en parte, una encuesta indirecta a los propios alumnos, y parece que tanto padres como alumnos tienen algo que decir acerca de las dinámicas educativas en las partes más tardías del proceso de enseñanza en las etapas más tardías de la escuela.
3) EL ESFUERZO
¿Por qué he hecho toda esta introducción? Pues porque considero que introducen los puntos necesarios a analizar para tratar el tema del esfuerzo en las aulas. No me parece que el descontento general respecto a la enseñanza en eso y bachillerato sea una mera casualidad con el nivel de exigencia requerida en estos dos periodos: ¿Significa esto que deberíamos exigir menos a nuestros alumnos?
Realmente no, es una posición lógica a la que se puede llegar a partir de los datos, pero no creo que explique el problema de raíz, y tampoco creo que los procursores de este modelo lo hagan.
El esfuerzo no es algo malo per se, solamente lo encuentro teniendo un impacto negativo en el aprendizaje cuando este es innecesario, sin fundamentación y, lo más importante, sin motivación. Por supuesto que podríamos exigir resultados sobresalientes a todos nuestros alumnos y de esa forma inflar nuestra posición como país en los índices internacionales de educación, pero si eso lleva a que la inmensa mayoría de nuestros alumnos generen problemas de ansiedad y depresión, no creo que valga la pena, sobre todo cuando España no tiene una estructura de estado como para cubrir a tantos alumnos sobresalientes, si lo que queremos es impulsar una nueva fuga de cerebros, claro que podemos seguir el modelo japonés, pero ni España ni sus estudiantes saldrían ganando.
¿Entonces qué hacemos? Estoy seguro de que a mi conclusión ha llegado todo educador en algún momento de su vida, pero creo que la raíz del esfuerzo tiene que estar en la motivación del alumno, no en un sistema arbitrario de objetivos o competencias impuestos por gente que ni siquiera se encuentra en las aulas.
Las personas, en general, quieren aprender, y disfrutan haciendolo, si un alumno no quiere esforzarse por realizar actividades relacionadas con las asignaturas el fallo está en la didáctica de la asignatura, y no solamente en el alumno, aunque claro que tiene un impacto. Si en vez de preocuparnos por la posición que ocupará España en los informes internacionales nos centraramos en la elaboración de formas de enseñar que impulsen la motivación del alumno, tal vez, y solo tal vez los números que reflejen la satisfacción del alumnado y las familias en las fases más avanzadas de educación nos ofrecerían espejo en el que no nos de vergüenza mirarnos.
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